Al obedecer las directrices determinadas por la mayoría, hacemos todo lo posible para no salirnos del camino trillado, rechazando sistemáticamente ideas nuevas. No nos gusta cambiar porque a menudo lo hemos hecho cuando no nos ha quedado más remedio. Por eso lo solemos asociar con la frustración y el fracaso. Tanto es así, que existen siete mecanismos de defensa cuya función es garantizar la parálisis psicológica de la sociedad.
- El primer mecanismo de defensa es el miedo, el más utilizado por el status quo como elemento de control social. Cuanto más temor e inseguridad experimentamos los individuos, más deseamos que nos protejan el Estado y las instituciones que lo sustentan. Basta con bombardear a la población con noticias y mensajes con una profunda carga negativa y pesimista.
- Enseguida aparece en escena el autoengaño, es decir, mentirnos a nosotros mismos, por supuesto, sin que nos demos cuenta, para no tener que enfrentarnos a los temores e inseguridades inherentes a cualquier proceso de transformación. Para lograrlo basta con mirar constantemente hacia otro lado. Como dijo Goethe, «nadie es más esclavo que quien falsamente cree ser libre».
- Por esta razón, el autoengaño suele dar lugar a la narcotización. Y aquí todo depende de los gustos, preferencias y adicciones de cada uno. Lo cierto es que la sociedad contemporánea promueve infinitas formas de entretenimiento que nos permiten evadirnos las 24 horas del día. Dado que en general huimos permanentemente de nosotros mismos, lo más común es encontrarnos con personas que no van hacia ninguna parte.
- Con el tiempo, esta falta de propósito y de sentido suele generar la aparición de la resignación. Cansados físicamente y agotados mentalmente, decidimos conformarnos, sentenciado en nuestro fuero interno que «la vida que llevamos es la única posible». Asumimos definitivamente el papel de víctimas frente a nuestras circunstancias.
- En caso de sentirnos cuestionados solemos defendernos impulsivamente por medio de la arrogancia, muchas veces disfrazada de escepticismo. Esta es la razón por la que solemos ponernos a la defensiva frente a aquellas personas que piensan distinto. Al mostrarnos soberbios e incluso prepotentes, intentamos preservar nuestra rígida identidad.
- Si seguimos posponiendo lo inevitable, la arrogancia suele mutar hasta convertirse en cinismo. Sobre todo tal y como se entiende hoy día. Es decir, como la máscara con la que ocultamos nuestras frustraciones y desilusiones, y bajo la que nos protegemos de la insatisfacción que nos causa llevar una vida de segunda mano, completamente prefabricada. Tal es la falsedad de los cínicos, que suelen afirmar que «no creen en nada», poniendo de manifiesto que en realidad no creen en sí mismos.
- Por último, existe un séptimo mecanismo de defensa: la pereza. Y aquí no nos referimos a la definición actual, sino al significado original. La palabra pereza procede del griego acedia, que quiere decir «tristeza de ánimo de quien no hace con su vida aquello que intuye o sabe que podría realizar».
En fin, nadie dijo que fuera fácil, pero para empezar a cambiar , solo hay que dar un primer paso.