Si estás enamorado de una persona, proyectas cosas que no existen. Si odias a una persona, de nuevo proyectas cosas que no existen.
En el enamoramiento, la persona se vuelve un Dios. En el odio la persona se vuelve un demonio; y esa persona no es ni un Dios ni un demonio. Esa persona es simplemente ella misma. Esos dioses y diablos no son sino proyecciones.
Tanto si quieres como si odias no podrás ver con claridad.
No quieres para dar; quieres para tomar, quieres para explotar. Cuando quieres a una persona, intentas encajarla de acuerdo a ti, de acuerdo a tus ideas. Continuarás intentando cambiar al otro, al ser real, y el ser real no puede ser cambiado; sólo conseguirás frustrarte.
Cuando el «me gusta» y el «no me gusta» no existen, tus ojos no están empañados, tienes claridad. Entonces ves al otro tal como es. Y cuando posees esa claridad de consciencia, toda la existencia te revela su realidad. Esta realidad es la verdad.
Cuando amas, en lugar de querer, tu amor tiene una cualidad completamente diferente; amas, pero tu amor no es una proyección, sino que amas lo real. Este amor por lo real es compasión.
Él no proyectará esto o aquello, no verá en ti un Dios o un demonio, simplemente te verá, y compartirá porque tiene suficiente. Y cuanto más compartes el amor, más crece.
El amar de verdad no es una explotación. Amas porque tienes mucho amor, te desborda. No estás creando un sueño alrededor de nadie. Compartes con cualquiera que aparezca en tu camino. Tu compartir es incondicional, de forma que no esperas nada de los demás.
Si el amor espera algo, sólo habrá frustración. Si el amor espera algo, habrá desilusión. Si el amor espera algo, habrá sufrimiento y locura.
«No, ni amor ni odio. Simplemente ver la realidad del otro». Este es el amor de un buda: ver la realidad del otro, ver al otro tal como es, ver sólo la realidad; no proyectar, no soñar, no crear una imagen, no intentar encajar al otro de acuerdo a la imagen de uno.