El señor Lu era un campesino chino. Los campesinos en China, como en casi todas partes, tienen una vida dura y una economía ajustada. La contemplación de la naturaleza había otorgado al señor Lu una sabiduría profunda, de pocas palabras. Convivía con su mujer y con su hijo, a quien apreciaba especialmente. El tercer integrante de la familia era un caballo experto en tirar del arado. Un día, el hijo que ya era un joven fuerte y sano, entró corriendo a la casa y gritó, agitado aún por la impresión:
– ¡Padre, ha sucedido algo terrible! ¡Se escapó el caballo! ¡Qué mala suerte!
– ¿Mala suerte? -respondió el señor Lu-. Habrá que verlo… -El campesino se encogió de hombros y siguió haciendo sus cosas.
Días después el joven vio venir hacia la casa una pequeña manada de caballos.
– ¡Padre! ¡Padre! -llamó- ¡qué buena suerte hemos tenido! ¡Ha regresado nuestro caballo y con él vienen muchos!
– ¿Buena suerte? -sonrió el padre levantando los hombros- Habrá que verlo…
En la manada había un caballo hermoso, joven, de pelo reluciente y elegante paso. Después de observarlo varios días el muchacho quiso montarlo, pero el caballo no estaba domado y le hizo volar por los aires con tal fuerza que el joven se quebró una pierna.
–¡Padre, qué mala suerte! ¡Se me ha roto la pierna!
El padre salió a su auxilio y, cargándolo a su espalda, dijo:
– ¿Por qué hablas de mala suerte? Habrá que verlo…
El muchacho no comprendía muy bien a su padre y empezaba a desconfiar de su criterio. En la cama con la pierna entablillada no paraba de lamentarse y de pensar en su mala suerte. Pocos días después llegaron a la aldea enviados del emperador; buscaban jóvenes para llevárselos a la guerra.
Pasaron para llevarse hijo del señor Lu, pero lo encontraron en la cama con su pierna rota y se marcharon. Esta vez el muchacho no dijo nada. El señor Lu se acercó a su cama y con una sonrisa susurró… ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? Habrá que verlo… Esta vez, el joven comprendió las palabras de su padre.
La desgracia o la fortuna nunca son absolutas. “Hay que verlo”, sugiere el señor Lu. La vida da tantas vueltas, y es tan paradójico su desarrollo que, muchas veces, lo malo se hace bueno. El sabio señor Lu nos enseña el arte de la espera y de la confianza. El señor Lu sabe que todo lo que nos sucede trae un mensaje. Si matas al mensajero antes de preguntar, te pierdes el mensaje. Si acoges al mensajero y lo dejas estar, pronto sabrás qué te quería decir. Si confías de verdad en la vida apostarás por la luz y, tarde o temprano, ésta espantará toda la potencial oscuridad.