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El mito de la media naranja

El origen del mito de la media naranja lo tenemos que buscar en Platon y su obra El banquete. Cuenta Aristófanes que «los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses«. Y ante aquella osadía, Júpiter, que no quería reducir a la nada a los hombres, encontró la solución, un medio de conservar a los hombres y hacerlos más circunspectos, disminuir sus fuerzas: separarlos en dos. El problema surgió después: «Hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos para encontrar la otra mitad de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, con ardor tal que, abrazadas, perecían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra». Así que el origen de la media naranja no comienza muy bien, con una búsqueda desesperada de unión y enamorados muriendo de hambre e inacción.

“Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en nuestra vida merece cargar en las espaldas con la responsabilidad de completar lo que nos falta”. (John Lennon)

Nuestra felicidad depende exclusivamente de nosotros, no debemos colocarla sobre los hombros de otra persona porque no solo implica ceder el control de nuestra vida sino cargar a alguien con una responsabilidad que no es suya.

A lo largo de los siglos se ha ido conformando la idea de que allá fuera existe una persona que nos complementa a la perfección, que está hecha para nosotros, un alma gemela sin la cual somos seres incompletos e infelices. De hecho, diferentes cuentos infantiles que escuchamos cuando éramos niños confirman esta idea.

El problema es que, cuando encontramos a alguien y comienzan a surgir los primeros problemas, abandonamos porque pensamos que no es la “persona indicada”. No somos conscientes de que la “media naranja” no existe y que los problemas en las relaciones de pareja son pan cotidiano. La diferencia estriba en cómo los encaramos y resolvemos.

Si decidimos que la persona que está a nuestro lado realmente vale la pena, nos esforzamos por encontrar un punto medio. Solo así, a la larga, esa persona se convierte en alguien que nos hace crecer.

De hecho, las diferencias que surgen en una relación de pareja se convierten en retos que nos permiten crecer. No se trata de que la otra persona nos complemente sino de que nos anime a ir más allá de nuestros límites. No se trata de que la persona que tienes a tu lado haga lo que no sabes hacer sino que te enseñe, para que crezcas junto a él o ella.

Las personas felices lo son independientemente de que tengan pareja. Es cierto que tener a una persona que nos apoye, nos comprenda y nos ame incondicionalmente es algo precioso, pero no debe ser una condición para ser felices. No debemos supeditar nuestra felicidad a encontrar a esa media naranja.

De hecho, si eres infeliz, es probable que lo sigas siendo en la vida en pareja. El secreto radica en amarnos incondicionalmente, para luego amar de igual manera a otra persona. Porque el amor no es la panacea y no llenará los agujeros existenciales del alma.

La relación madura que describió Erich Fromm en su libro “El arte de amar” implica que ambas personas deben ser independientes, completas y felices. Solo así podrán crecer, apoyándose mutuamente.

Obsesionarse con encontrar pareja no es una buena idea. En vez de ello, asegúrate de sentirte bien contigo mismo. Cuando proyectas esa sensación, podrás encontrar a alguien, no para dejar de sentirte solo/a sino para compartir realmente la vida y crecer. De lo contrario, no tiene sentido

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